Con esto en mente, conocí a Emma, una joven que decía ser un robot militar. Ella pidió venir conmigo y se ofreció a darme todo lo que tenía. Siempre fue inexpresiva y dijo que el sexo era una forma de aliviar el estrés. El mundo de la posguerra era horrible. Las duras condiciones y el testimonio repetido del lado más retorcido de la naturaleza humana podrían hacer que incluso la persona más optimista pierda la voluntad de sobrevivir. Emma era extraña, con poco sentido común. Nadie lo creería.
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